domingo, 28 de noviembre de 2010

¿Es éste el pensamiento crítico que queremos? (III)

En una reciente entrada titulada El ridículo misterio de la viajera en el tiempo de una película de Chaplin de 1928”,  Luis Alfonso Gámez se hacía eco en su blog Magonia de las especulaciones del director irlandés George Clark. Al parecer este cineasta había tropezado con un pequeño fragmento de una película de Charlot en la que aparecía una mujer con un extraño dispositivo en la oreja que, a su juicio, podía tratarse de un teléfono móvil. En su opinión, ese insólito aparato podría indicar que la persona en cuestión bien pudiera ser un crononauta o viajero en el tiempo que se habría visto así inmortalizado en el celuloide, por casualidad, hace ocho décadas.

Fotograma de la presunta crononauta

 

Ciertamente, la noticia a Gámez le parece ridícula y, de hecho, al cabo de unos pocos días el enigma quedó resuelto una vez saltó la noticia a los medios. Determinados especialistas indicaron que lo que aparecía junto a la oreja de la presunta crononauta no era nada más que un audífono de la marca Siemens patentado en 1924.

Interesa aquí, primero leerse el texto completo de Gámez que por razones obvias no pongo. A través de él, creo que podemos acceder a cierta psicología profunda muy reveladora de una nueva mala práctica de pseudoescepticismo.

Si repasamos la secuencia de acontecimientos vividos en primera persona y narrados por el propio Gámez tenemos lo siguiente:

-          el día 20 surge la noticia, insólita pero curiosa. De hecho, los medios consideran que puede tener algún interés y la difunden internacionalmente.
-          Gámez la lee hacia el 25, pero no dice nada al respecto.
-          El día 28 Jen Chaney publica cuatro hipótesis como posible explicación de dichas imágenes:
o    la mujer está usando algún tipo de audífono;
o    está utilizando su mano izquierda para amplificar el sonido;
o    está sujetándose el sombrero;
o    está tocándose la cara.

-           El día 29 la prensa anglosajona confirma que, en verdad, se trata de un audífono de la época.

Pues bien, ahora ya sí, apenas un par de días después Gámez incluye la noticia en su blog. En concreto dice entre otras cosas:
La historia es ridícula de principio a fin y, a la vez, preocupante. ¿Qué pasa en los medios que la han publicado como posible? ¿Se han vuelto algunos periodistas definitivamente locos? ¿Toman a su público por idiota? Hasta hace poco, algo así sólo podía salir en programas como Cuarto Milenio, donde Iker Jiménez y su equipo presentaron ya hace cuatro años a un hombre arrollado por un tren como un viajero temporal. Lamentablemente, la lucha por la audiencia hace que el ikerjimenezismo se extienda entre muchos medios, y ya se sabe que, cuando ese tipo de pseudoperiodismo entra por la puerta, el rigor y la credibilidad saltan por la ventana. Y con ellos, no se olviden, se va una parte importante del público…

Si leemos entrelíneas el comportamiento de Luis Alfonso podremos extraer algunas consideraciones:
-          Gámez ante un misterio, por más ridículo que sea, prefiere callarse a exponerlo y buscar respuestas.
-          Poco más puede hacer, quien al ser divulgador más que investigador depende de lecturas y trabajos ajenos para resolver las cuestiones que publica.
-          Pero en su caso, esta actitud pasiva va aún más lejos: el reclamar un silencio general y total sobre el asunto.
-          Sin embargo, si miramos el desarrollo de los hechos con atención, observamos que, precisamente, ha sido la publicidad que le han dado los medios a ese “misterio” la que ha posibilitado el debate público y la refutación, poco después, de todas las especulaciones de Clark.
Todo este proceso de exposición pública, duda, reflexión crítica y rectificación de los postulados originales, ha acontecido en un tiempo muy razonable: 10-15 días.

En definitiva, la propia prensa que difundió la noticia, se encargó de desactivarla, por lo que los medios de comunicación parecen haber obrado responsablemente: no negaron una información al público, por extraña o ridícula que pudiera parecer a priori, alentaron un debate crítico sobre el tema del que hicieron partícipes a sus lectores y ellos mismos cerraron la cuestión ofreciendo una respuesta coherente. Durante este recorrido, las páginas de estos medios estuvieron abiertas a un contraste de ideas y posibilidades, a mi juicio, bastante sensato.

Por el contrario, si todos hubieran hecho lo que Gámez, las especulaciones de George Clarke seguirían flotando sin recibir su correspondiente refutación.
Si todos hubieran hecho lo que Gámez, seguiría circulando por internet un falso misterio sin obtener una réplica adecuada.

La pregunta es obvia: ¿Cuántos misterios para los que no tiene explicación, conoce Gámez y no los divulga? ¿Cuántos misterios, para él inexplicables y ante los que no sabe qué decir, se calla?

Por todo lo anterior, esas recomendaciones vehementes de Gámez para este caso concreto, creo que bien pueden ilustrar un nuevo aspecto del pseudoescepticismo: aquel que tiende a amordazar los medios de comunicación de antemano, en lugar de incentivar el debate crítico y exigente de cualquier cuestión dentro de esos mismos medios. Asimismo, niega la oportunidad de darle a cualquier persona todos los elementos y posturas contrastadas sobre una cuestión para que ella misma forme su propio juicio, prefiriendo que intervengan en esa oferta informativa paternalismos u otra suerte de filtros mediáticos que no se sabe bien en manos de quién deberían estar.

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