viernes, 2 de diciembre de 2011

¿Es este el pensamiento crítico que queremos? (V): Presionando a la Universidad

Imaginemos que un grupo de estudiantes de una universidad española decide, dentro del marco reglamentario establecido, solicitar una beca para realizar una investigación. El tema a investigar pertenece a una disciplina reconocida por el Ministerio de Educación y por la Unesco. Cuenta dicho campo de actuación con referencias, artículos y estudios en las revistas científicas más cualificadas, donde sus postulados e hipótesis vienen siendo sometidos a crítica desde hace décadas por expertos de diferentes instituciones académicas internacionales.

Imaginemos ahora que un periodista, totalmente ajeno a ese entorno académico y universitario, se dedica a llamar por teléfono o escribir cartas al rectorado de esa universidad, al departamento de la facultad e, incluso, a otras instancias gubernamentales, competentes en el asunto, para conseguir que dicha beca de investigación no se conceda. Además, el periodista en cuestión promueve una campaña popular con idénticas intenciones. ¿Qué pensaríamos al respecto? Sin duda, que dicho sujeto intenta, con medios inadecuados, forzar el curso natural de la Ciencia.

Pues bien, estas situaciones ocurren dentro de nuestro propio país. En 1997 un grupo de alumnos, inscritos en el registro de asociaciones de la Universidad de Granada, solicitó a dicha entidad una subvención, a la que tenían perfecto derecho, para poner en marcha un proyecto titulado TCI. En palabras del, ahora, doctor en Psicología Oscar Iborra la idea del proyecto era precisamente fomentar el espíritu crítico, abordando temas que popularmente se adscriben a la parapsicología, como las psicofonías, y revisar todo el ‘circo’ que hay en torno a ellas. Sin embargo,  continúa Iborra el proyecto TCI era el inicio de un proyecto mayor que no llego a más, gracias al trabajo de Luis Alfonso  Gámez, quien mandó un email a todos los profesores de Psicología, y después a la Junta de Andalucía, insultando nuestro trabajo si saber de qué iba la cosa.  Por su parte, Javier Armentia calificó peyorativamente el proyecto TCI como la investigación de psicofonías en un cementerio.

Intentemos poner en su justa medida los elementos involucrados en este asunto. En primer lugar, conviene valorar la materia que iba a ser objeto de estudio. La parapsicología puede tener mejor o peor prensa, pero lo cierto es que aparece oficialmente reconocida por la Unesco como una disciplina susceptible de investigación en su epígrafe 6110, integrada en el campo más amplio de la Psicología:

61. Psicología:
6110. Parapsicología:
- 6110.01 Percepción extrasensorial
- 6110.02 Hipnosis
- 6110.99 Otras (especificar)

Este estatus otorgado por la Unesco no significa que las presuntas capacidades, fuerzas o energías paranormales existan. Tan solo fija una demarcación ordenada para poder realizar estudios a ese respecto. Es más, si nos fijamos en la lista, la hipnosis ya es una realidad científica incuestionable cuyo análisis y uso no genera ninguna lista negra en contra. Mientras que la percepción extrasensorial aún tiene mucho que demostrar, científicamente hablando, para ser considerada una realidad.

España acepta, desde 1983, esta nomenclatura de campos y disciplinas de conocimiento postulada por la Unesco. De hecho, ha venido siendo la clasificación oficial empleada por los diferentes Ministerios de Educación, Ciencia e Investigación a la hora de ordenar las actividades científicas y tecnológicas en las Universidades y los centros del CSIC. En la práctica, este marco normativo nacional implica que el ministerio podría, perfectamente, financiar los proyectos de investigación, tesis doctorales, instrumentos de laboratorio y grupos de trabajo que solicitaran realizar investigaciones en parapsicología. Dichas solicitudes serían evaluadas en régimen de concurrencia competitiva con el resto de proyectos presentados para otros campos y disciplinas de conocimiento. Si apenas existe investigación parapsicológica en España, no es porque el marco legal lo impida, sino porque simplemente muy pocos se proponen hacerla o apoyarla. Por supuesto, cada investigador académico español es muy libre de fijar sus prioridades y objetos de interés en aquello que considere más oportuno. Pero lo que conviene subrayar aquí, es que no se debe considerar nada descabellado que alguien proponga a la administración o en una convocatoria de financiación científica, el realizar un proyecto de estudio parapsicológico. Sería algo, absolutamente, lícito y natural.

Por añadidura, también es absolutamente lícito y natural que las instalaciones universitarias y demás centros afines pueden acoger y celebrar, sin problemas, eventos académicos –cursos, congresos, conferencias, etc.- que traten de parapsicología. De nuevo, queda a criterio de cada institución u organismo científico y educativo que tales actos se lleven a cabo o no. Pero, lo que debe estar bien claro es que con su realización no se contraviene ninguna norma. Al contrario, son disciplinas cuyo estudio ampara y estimula la Unesco y el Ministerio. De hecho, la Universidad Autónoma de Madrid contó en 1976 con un primer profesor de Parapsicología en la persona de Ramos Perera. Fruto de su labor docente fue la convocatoria de un curso en el que participaron personalidades de la talla del Dr. Rodríguez Delgado, médico de la Universidad de Yale, Mariano Vela, psicólogo catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, José Luis Pinillos, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense o Carlos Asensio, entonces, subdirector general de Investigación Universitaria del Ministerio de Educación y Ciencia.

Más recientemente, el propio Oscar Iborra realizó un curso de verano el año 2007 sobre esta materia en la Universidad de Salamanca dotado con dos créditos de libre configuración. El espíritu con el que planteó Iborra este curso en sus propias palabras era el siguiente: No se afirmará en ningún momento que existan fenómenos paranormales; los datos indican que existe algo, un proceso, pero no sabemos si ese proceso es paranormal. Eso es precisamente el objeto de estudio de la parapsicología: averiguar si un fenómeno es paranormal o no. Como en el caso del proyecto TCI, no resulta un planteamiento demasiado temerario. Más bien, todo lo contrario.

La parapsicología empírica y académica cuenta con sus correspondientes organizaciones científicas. Por ejemplo, la Parapsychological Association es una asociación mundial afiliada a la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias (AAAS). Conviene recordar que la AAAS es una organización que promueve la cooperación entre los científicos, defiende la libertad científica, fomenta la responsabilidad y la educación científica para beneficiar a toda la humanidad. En la actualidad es la sociedad científica más grande de nuestro planeta y publica la afamada revista Science.

También, la parapsicología está supeditada a los mismos mecanismos e instrumentos de divulgación de sus estudios que tiene cualquier otra disciplina del conocimiento. Revistas como Journal of Parapsychology o European Journal of Parapsychology cuentan con los oportunos revisores previos a la publicación de artículos en su interior. Por supuesto, podemos ver trabajos de parapsicología en otras revistas científicas de carácter general como Psychological Bulletin, Science, Nature, Journal of Consciousness Studies, Foundations of Physics, Statistical Science, Journal of Scientific Exploration, Biological Psychiatry, American Psychologist, Journal of Psychology, etc.  En revistas como Science o Nature pueden recopilarse, en cada una de ellas, más de un centenar de referencias a asuntos relacionados con los fenómenos denominados parapsicológicos bien para desmentirlos y explicarlos convenientemente, bien para considerar alguna correlación significativa e inesperada dentro de los mismos. Uno de los estudios más recientes en este último sentido lo tenemos en la nada sospechosa publicación Journal of Personality and Social Psychology, la cual en su número 100 del presente año publicó un investigación del profesor Daryl J. Bem titulada “Feeling the Future: Experimental Evidence for Anomalous Retroactive Influences on Cognition and Affect”. Este trabajo encuentra ciertas correlaciones estadísticamente significativas en pruebas de precognición realizadas a sujetos humanos. Nadie plantea que sus resultados sean ya definitivos ni sienten cátedra. Hay que esperar las oportunas réplicas y refutaciones en su caso. Sólo lo traemos aquí para demostrar que las investigaciones de Daryl Bem han superado los requisitos metodológicos, así como los protocolos de revisión y publicación de una de las más importantes revistas especializadas en la materia. Todo hecho desde la Universidad con la misma naturalidad y exigencia que corresponde aplicar a otros campos del saber humano.




Daryl J. Bem




Ahora bien, si esta es la parapsicología absolutamente empírica y deseable, cultivada por hombres de Ciencia, sometidos a las reglas y planteamientos de la propia Ciencia en todas sus facetas, ¿quién es Luis Alfonso Gámez para promover campañas de descrédito contra aquellos que quieren hacer bien las cosas?

En primer lugar, a juzgar por los hechos, Luis Alfonso Gámez, al protagonizar el caso que comentamos de 1997, actuó como un periodista desinformado. Reaccionó con precipitación y arbitrariedad ciega sin saber con exactitud en qué consistía el proyecto capitaneado por Oscar Iborra.


En segundo lugar, el currículo profesional y académico de Luis Alfonso Gámez frente al de Oscar Iborra no resiste parangón. Oscar Iborra ha conseguido ser doctor en Psicología, luego ha tenido que poner a prueba sus conocimientos científicos ante un tribunal académico. Luis Alfonso Gámez pone sus divulgaciones científicas “a prueba” en un blog, un programa de televisión y la columna de un diario autonómico. Por otro lado, Oscar Iborra ha acreditado oficialmente su condición de investigador y de generador de nuevos conocimientos a través de sus propios estudios materializados en una tesis doctoral. Mientras que a Luis Alfonso Gámez ningún organismo oficial ni académico le ha acreditado como divulgador científico. Es más, para desarrollar su labor profesional y vivir de ella, este periodista necesita tomar prestados los conocimientos y estudios de otros investigadores científicos, verdaderamente, cualificados. No se está diciendo aquí que ganarse el pan como divulgador sea fácil. En todo caso, se está diciendo que es mucho más fácil ganarse la vida aprovechándose del esfuerzo ajeno que siendo uno mismo investigador científico. El riesgo y responsabilidad que asume un científico así como la formación y requisitos académicos que se le exigen, no son comparables a los requeridos por un divulgador cuyo único “laboratorio” es la mera palabra vertida en los medios de comunicación.

En tercer lugar, Gámez forma parte de un colectivo denominado Círculo Escéptico, que, como  otras asociaciones similares españolas tales como ARP o internacionales como CSICOP no están afiliadas a ninguna sociedad científica internacional. Ni siquiera al CSIC. Por tanto, la “Ciencia” que dichas organizaciones escépticas puedan realizar o divulgar no cuenta con una acreditación oficial ni académica de ningún tipo. ¿Significa eso que no son organizaciones científicas? Al menos, su “Ciencia” no juega con las mismas reglas, obligaciones, compromisos y transparencia que la aplicable a las verdaderas instituciones científicas. Una asociación de astrónomos aficionados o de amigos de un museo de las Ciencias tendría idéntica naturaleza y características “científicas” a las destiladas por ARP o Círculo Escéptico. Por tal motivo, dentro de estas últimas habrá miembros con currículos más sobresalientes junto a otros académicamente indocumentados. No hay unos mínimos establecidos ni existe garantía de que constituyan un referente científico correcto. Se trata de grupos autogestionados que comparten ciertas aficiones e intereses, por los cuales no rinden cuentas a la comunidad académica porque, directamente, no forman parte de ella.

Buena prueba de lo dicho en el párrafo anterior es que tampoco ninguna de las revistas editadas por Círculo Escéptico o ARP están sometidas a los protocolos de revisión por pares. Así que publicaciones como “El Escéptico” o “El Escéptico digital” pueden tener un carácter valioso desde el punto de vista de la divulgación o de la mera opinión gratuita, pero ignoran voluntariamente las exigencias y servidumbres que conllevaría alojar en su interior verdaderos trabajos científicos.

Vistas así las cosas y con actitudes como la que hemos señalado al comienzo de este artículo, no cabe duda de que, en muchas ocasiones, el escepticismo mal entendido persigue impedir que la Ciencia siga su curso natural; que dé y quite razones en función de los datos aportados. La Ciencia tiene sus propios plazos, mecanismos y maquinaria para acreditar y desacreditar resultados. Lo viene haciendo con la Parapsicología desde hace décadas. No necesita que desde fuera del método científico se establezca la verdad y la mentira de las cosas. No necesita que se presione a las instituciones y las personas que las encarnan. Ejercer una coerción popular no es muy científico, razonable ni crítico que se diga. Esperar conclusiones; someternos al juego de réplicas y contrarréplicas fundadas; al debate sereno, pero firme, que ponga en juego nuestros propios prejuicios, sí que es científico, aunque este procedimiento nos pueda resultar incómodo muchas veces.

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