martes, 30 de noviembre de 2010

Experimentación paranormal bajo doble ciego.

El ensayo a ciegas o enmascarado es una herramienta básica para prevenir el sesgo o manipulación consciente o inconsciente, mientras realizamos una investigación experimental. También, permite distinguir el efecto placebo, es decir, los presuntos efectos producidos por una sustancia inocua, de aquellos otros efectos verdaderamente inducidos por la sustancia específica que se esté estudiando.

Dentro de estos ensayos a ciegas se suele distinguir entre el ciego simple y el doble ciego. Con un ejemplo sencillo entenderemos ambos procedimientos.
Hace muchos años, una conocida marca de bebidas de cola lanzó la siguiente campaña publicitaria: “Acepta el reto de Pepsi”. El desafío consistía en que un encuestador callejero ofrecía a los transeúntes la posibilidad de tomarse dos vasos de cola, pero sin conocer de antemano a qué marcas de bebida pertenecía cada uno de ellos. De este modo, el sujeto debía consumir a ciegas el producto sin que su percepción del sabor quedara condicionada, previamente, por su simpatía mayor o menor hacia alguna de las marcas ofrecidas. Pues bien, la prueba así planteada sería un ciego simple.

Sin embargo, si el propio encuestador al ofrecer los dos vasos de bebida al transeúnte también ignora qué marcas le está invitando a tomar, entonces estaríamos ante un doble ciego.

Este procedimiento experimental tiene una amplia difusión en todos los ámbitos del conocimiento. Quizás uno de los campos donde más se aplica sea en el sanitario. Allí, son muy frecuentes los estudios realizados mediante doble ciego controlado con placebo para comprobar la eficacia de un nuevo medicamento. El propósito de este tipo de protocolos está orientado a eliminar el poder de la sugestión tanto de los investigadores como de los pacientes, de tal modo que ni los médicos ni los participantes conocen durante el experimento quién está recibiendo qué tratamiento. La forma de operar implica crear dos conjuntos de pacientes:
- Un grupo llamado de control que recibe unas dosis de un “medicamento” placebo. Es decir, una sustancia neutra desprovista de cualquier virtud curativa.
- El grupo de estudio a la que se le aplica una dosis del medicamento real.

Como decimos, es fundamental que ni los pacientes ni los investigadores conozcan con antelación quién recibe qué hasta que no finalice el experimento. De este modo, el doble ciego evita que los investigadores informen sin querer a los participantes del estudio o que inconscientemente predispongan la evaluación de los resultados.

Para que en medicina un estudio de doble ciego sea eficiente debería involucrar al menos a 100 personas y, preferentemente, subir hasta 300. Los tratamientos considerablemente efectivos pueden tantearse de forma provisional en estudios menores; sin embargo, investigaciones que involucren alrededor de 30 personas o menos por lo general no prueban nada en lo absoluto.

Otro ejemplo famoso de doble ciego o ciego simple fue la prueba de C14 de la Sábana Santa cuya muestra se envió a tres laboratorios junto con otras dos muestras de sendas telas antiguas para que realizaran la pertinente datación, sin que ningún centro supiera el origen de cada muestra que evaluaba.

Este tipo de procedimientos y cautelas experimentales deberían aplicarse obligatoriamente en el estudio de los fenómenos anómalos. Las pruebas de aquello que se suele denominar Percepción Extrasensorial y Psicocinesis hechas en laboratorio y por profesionales competentes suelen aplicarla con rigor o, al menos, así aparece recogido en los artículos que publican. Pero en otros ámbitos como las psicofonías o la ouija también tiene cabida el doble ciego.




Veamos un protocolo experimental de esta índole aplicado, precisamente, al desarrollo de una sesión de ouija:

  • Todos los participantes deberán tener los ojos vendados salvo, lógicamente, los investigadores.
  • Dispondremos de una baraja de cartas o tarjetas con las letras del alfabeto y los números del 0 al 9
  • Se repartirán al azar todas las cartas sobre la mesa haciendo un círculo, pero con la letra o el número hacia abajo de tal manera que no se vean. A la vista quedarán únicamente los dorsos de las tarjetas. Al disponerlas de este modo, ni el investigador ni los participantes sabrán dónde está cada letra o número.
  • Entonces, se numerarán consecutivamente con un rotulador y por el dorso visible todas las cartas que están en el círculo, de tal manera que cualquier observador que contemple la mesa sólo verá una lista de números sobre unas tarjetas.
  • Comenzará la sesión. Se harán preguntas y se anotarán los movimientos del vaso o del master hacia las tarjetas. Las respuestas serán, por tanto, un conjunto de números.
  • Cuando termine la sesión se dará la vuelta a las cartas y se anotará con qué número visible estaba asociada cada letra o cifra oculta.
  • Luego se decodificarán las respuestas (esos conjuntos de números) transponiéndo  los valores correspondientes (letras y número ocultos), esperando que de esta operación salgan palabras coherentes y reconocibles.

Este sería el nivel ideal de doble ciego aplicado a la ouija que puede completarse con otros controles o condicionamientos como emplear un vaso sensible a la pulsación de los participantes que vaya registrando la presión ideomotora que ejerce cada uno de ellos todo momento durante la sesión o, directamente, hacer la ouija sin tocar el vaso.

El protocolo se puede ir rebajando en su exigencia progresivamente para saber en qué condiciones y en cuáles no el fenómeno esperado se manifiesta. Así, podremos acotar algunas de sus características más determinantes y detectar las variables que están involucradas en su aparición. Pero, también, evidenciar aquellas otras que lo imposibilitan, lo que nos ofrece unas buenas pistas para conocer su auténtica naturaleza ordinaria o extraordinaria.

En suma, este tipo de protocolos experimentales contribuyen a afrontar de forma escéptica y con garantías el estudio de un fenómeno como la ouija. Como vemos, no lo niegan de antemano, si no que permiten y apuestan por su análisis, aunque todo el proceso está destinado en primera instancia a superar lo que debería ser siempre el escalón inicial de esta clase de investigaciones: establecer dónde o cuándo –es decir, bajo qué condiciones y bajo cuáles no- aparece un suceso verdaderamente anómalo.













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